Mi precipitada e imprudente inconsciencia juega a interpretar la postiza realidad que contradice la única de la exégesis posible. Enfrascada en el recipiente que porta el perfume que mi sentido de la astucia ansía percibir, mi mema y espabilada inconsciencia vuelve a rodar en el recreo del seminario de mi discernimiento.
Hora del recreo.
He conocido el estro de mi inspiración. He soñado con el trance de la narcosis que me envuelve cuando pienso en él. Él, mi estro. Pasaje, punto, sentencia que encarrila mi meta, que expele mis límites, que serena mi inquietud y moviliza mi entereza. Es él.
¿Cuántas musas deseas avivar con el orgullo de tu autofalacia venenosa? Musas especulativas de tus más oscuros deseos. Fáciles de engatusar, engañar, sugestionar, conocer.
Mi estro es indefinible. Más o menos, ha de ajustarse a mi inestabilidad. En el punto donde confluímos, la estabilidad es infinita.
Mi inconsciencia juega conmigo. Me recrea situaciones de las me encuentro profundamente enamorada, evoca momentos en los cuales todos mis sencillos y ligeros caprichos se consumen.
Campana y coronación.
El estro te está volviendo loca. Chalada. Ida. Apasionada. Jamás una musa disfrazada alcanzó el trazo culminante. Atención, va más allá de las golosinas psicológicas. Menuda menudencia. Pienso en él en cada enajenación. Conocí al más puro y deshonesto estímulo elicitador.